Por Leopoldo Fidyka (*)
¿Hay resquicios para la esperanza en tiempos de Coronavirus?
El Coronavirus, (Convid-19), nos puso en crisis, de la noche a la mañana todo cambió, perdimos la capacidad de salir, transitar, movernos y abrazarnos, nos dejó desnudos, desarmados, a la
intemperie a pesar de estar “en casa”, con nuestras falencias, dudas e incertezas potenciadas.
El afuera, el mundo, el lazo físico, se tornó peligroso y eso nos llevó como primera reacción en nuestra perplejidad, a la pasividad y parálisis. En este contexto, el encuentro con los otros, la
participación, las forma de alteridad, aparecen como derrotadas.
Estamos en un momento de crisis, (de griego krisis) que significa “separación”, “distinción”, pero también “elección”, “discernimiento”, “decisión”, la
crisis como separación es un momento de ruptura que invita a tomar decisiones. Dicen que crisis en idioma japonés, se compone por los ideogramas peligro y oportunidad, y más allá de acepciones
lingüísticas, es bueno tomar la crisis como momento extraordinario para el cambio y ese puede ser un punto de ruptura para revisar como veníamos.
En materia de alteridad (esa condición de ser el otro, o ponernos en su lugar), el virus como una ráfaga nos llenó de peligros: cortó el contacto de cercanía, (requisito indispensable para las
prácticas participativas); generó miedo y desconfianza (el otro, aparece como una amenaza).
Pero si ante lo irremediable, cambiamos el punto de vista y exploramos algunas oportunidades? En principio, esta situación no deseada puede dejarnos puntos en que apoyarnos para intentar
generarlas:
Esta cuarentena invita a un gran replanteo de valores, acciones y prioridades: desde revalorizar el cuidado de las personas, priorizar la salud, el bienestar y el trato sustentable del planeta,
hasta reivindicar el rol del Estado como garante y promotor de derechos y en sintonía, el apartamiento de las soluciones mágicas e invisibles que se vienen pregonando del “mercado”. Nos obligado
a sintonizarnos como personas y a reaprender que vivimos en un mundo compartido y vitalmente interdependiente.
Ante la pasividad, en el “mientras tanto” muchos apuestan al cambio en el aquí y el ahora: Se generan “desde casa”, diferentes experiencias de innovación cívica, que incorporan diversos actores y
se extienden por los países, transformando el esperar en propuestas activas, colaborativas y compartidas, hay muchas que se van reproduciendo y lo importante que se van entramando y así
potenciando su accionar e impacto sustantivo.
El coronavirus nos hace repensar, donde estamos parados y hacia dónde vamos, nos interpela en los valores y nos urge a buscar nuevas formas de acercamiento o “enredamiento” más allá del
distanciamiento social. Salir de la pasividad y velocidad en la paradójicamente estábamos.
“En el vértigo, no se dan frutos ni se florece” decía Ernesto Sábato[1]
y agregaba: “Lo propio del
vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportamiento de autómata, ya no es responsable, ya no es libre, ni reconoce a los demás”. El coronavirus nos cortó la vorágine en la que
estábamos, ese vértigo que desbarata toda emoción profunda y que dificulta el acercamiento, nos quitó cosas, pero a algunos nos dio tiempo y tenemos que aprender a usarlo en forma creativa,
constructiva y orientado a formas colaborativas superadoras.
Sin caer en falsas expectativas, se puede apostar a la esperanza, si sabemos tomar a esta dura coyuntura, como un momento bisagra, de aprendizaje que nos potencie, que saque a la luz lo mejor de
nosotros y la resiliencia cívica, apoyada en el recuerdo activo de la importancia de aquello que momentáneamente perdimos que nos es tan necesario (el encuentro cercano, de contacto directo con
los otros) y fortalecido con las nuevas formas de encuentro remoto que fuimos adoptando y aprendiendo, que nos permite articular acciones con personas distantes, pero claro está, recalibrando
prioridades, objetivos y metas.
Precisamos construir o reconstruir, (según el punto de vista que se lo vea) paradigmas que se desplieguen en concreto, con “antiguos” pero necesarios valores, necesitamos una verdadera rebelión y revelación de valores para construir lo nuevo.
Esta crisis vista como productora de cambios y de replanteo de cosmovisiones. Quizás sea el momento revalorizar lo “otredad”, y comprender que el otro, otra, otre, o como se lo llame, siempre
importa, o como sostenía Luis Alberto Warat[2]
poner en consideración los
“Derechos de la Alteridad” los cuales serían “devenires permanentes productores de lo nuevo con el otro”.
Por lo tanto lo nuevo, será necesariamente con los otros, para los otros, por lo tanto para “todes”, o de lo contrario, el paso de esta pesadilla, será más de lo
mismo.
(*) Abogado (UBA), Magíster en Dirección y Gestión Pública Local (UIM, Universidad Carlos III- Universidad Internacional Menéndez
Pelayo, España). Investigador, docente y consultor de distintos organismos y centros académicos. Se desempeña en la Administración Pública Nacional y es investigador de ESEIAP, Espacio de
Estudios Interdisciplinarios sobre Asuntos Públicos.
[1] “La Resistencia”, p. 121 Seix Barral, Argentina (2001)
[2] En un primer esbozo planteaba que los derecho de la Alteridad serían: el derecho a no estar solo; al amor; a la autonomía, encuentro con la propia sensibilidad; a la autoestima; a no ser manipulado; a no ser discriminado, excluido; a ser escuchado; no quedar sumiso; a transitar al margen de los lugares comunes, los estereotipos y los modelos y a huir del sedentarismo como ideología retomando la pulsión de errancia. Luis Alberto Warat, “A Rúa Grita Dionisio. Direitos Humanos da alteridade, Surrealismo e Cartografía” Lumen Juris editora, Brasil, (2010).